viernes, 24 de agosto de 2012

Zaguanes


La palabra zaguán  procede del árabe istawán.Los zaguanes son espacios con un encanto especial; forman parte de la intimidad de la casa, pero es una intimidad relativa, el lugar donde se atiende a la gente de menos confianza, a los proveedores y a los visitantes desconocidos para la familia; son también una muestra de generosidad para los viandantes en caso de lluvia o mal tiempo, un refugio esporádico para los que lo necesitan, y un lugar donde recibir y despedir sin la presencia de la familia al completo, lugar de besos furtivos y de palabras íntimas, de esperas y de juegos infantiles.
De los romanos hemos heredado esos espacios sombreados y acogedores, las antiguas fauces de las casas romanas, paso previo al atrium, que era el centro de la vida familiar, como lo son aquí los patios centrales de las casas canarias tradicionales, que conservan muchos de los elementos de aquellas.


En nuestras ciudades hay muchas casas con zaguanes y es un placer dedicar una mañana de ocio (a esas horas suelen estar abiertos) a pasear por las calles más antiguas admirándolos, contemplando sus puertas, sus pomos y llamadores, los cristales o las rejas de la puerta que comunica con el patio o la vivienda, sus suelos de piedra, o con baldosas de diseños caprichosos, y sus lámparas. Es como hacer turismo pero en casa, apreciando el arte y la belleza que tenemos a nuestro alrededor.
Aquí les dejo una muestra.

domingo, 19 de agosto de 2012

Mirador de Pico del Inglés


Tenerife, como cualquier otra isla, puede dar a veces una cierta sensación de encierro por los límites que nos marca el mar. Por eso es bueno de vez en cuando llegarse hasta alguno de los hermosos miradores, naturales o construidos, que tenemos y expandir la vista sobre el interior y las costas de esta hermosa isla. Voy a ir alternando con otras cosas en El Escanillo las visitas a los miradores de Tenerife.


El mirador del Pico del Inglés es uno de los mejores que tenemos en Tenerife porque permite ver gran parte de la isla, aunque lo afean las ruinas de un antiguo restaurante justo al lado. Remata una serie de miradores más pequeños que vamos encontrando en la subida al monte de Las Mercedes desde La Laguna. Es importante elegir un día despejado para tener buenas vistas.



Primero encontramos el pequeño mirador de Jardina desde donde se puede contemplar La Laguna y Las Mercedes; un poco más arriba llegamos a la Cruz del Carmen: desde aquí hay una preciosa vista del Teide detrás de la masa forestal de La Esperanza; y por fin llegamos al mirador del Pico del Inglés, excavado en la roca y con unas panorámicas realmente espectaculares de todo el norte y el centro de la isla: desde los Roques de Anaga hasta Santa Cruz y el Teide y en medio montes y valles preciosos que se pueden recorrer por los senderos.

Un gran lujo natural a dos pasos de la civilización.

lunes, 13 de agosto de 2012

La playa de enfrente


En las noches de aire limpio se pueden ver al bajar de La Laguna a Santa Cruz las luces que marcan el arco dorado de la playa de enfrente.  

El mar me gusta en todas sus manifestaciones, pero hay una playa, esa playa, de la que conozco cada rincón, cada remolino, cada peña, el olor, la transparencia única del agua en su orilla, el tacto de su arena. Cuando pienso en mi playa se suceden las sensaciones como si de nuevo estuviera allí.
  
Está muy cerca de la casa donde nací, la casa de mi abuela, la de Fuerteventura, que se trasladó a vivir a Las Palmas después de casarse. Allí pasé todos los veranos de mi infancia que algunos años se alargaban de mayo a octubre. Todos los días cogía el clavo para jugar en la arena y un  membrillo para enterrarlo en la orilla un rato (nunca supe por qué se hacía) y comérmelo después, y me iba descalza con el bañador y la toalla a pasar la mañana en Las Canteras, por la parte del balneario (cada grupo o cada familia tenía su zona fija).

Ese era nuestro universo en verano, siempre igual y siempre distinto: luminoso, nublado, con marea alta o baja, con mareas del Pino en septiembre; allí jugábamos, nadábamos, sebábamos olas, hablábamos, conocíamos gente. Y por la tarde volvíamos, pero a jugar en la arena o a pasear por las rocas de la playa chica cuando bajaba la marea, buscando burgados o simplemente disfrutando del placer de notar en las plantas de los pies el musgo resbaladizo o la roca seca o el charco.

Por las noches, después de cenar, todos los vecinos sacaban sillas o bancos a la acera (casi todas las casas eran terreras) y allí se formaban las tertulias mientras los niños jugábamos o nos contábamos películas en la calle.

 En los últimos días de septiembre la playa se quedaba casi desierta y cambiaban la luz y el mar; se volvían grises. Era el momento de disolver los grupos que se habían formado en el verano, de empezar a prepararse para el curso y de guardar los bañadores.
  
Entonces no éramos conscientes de que la arena, el mar y el salitre se iban colando por todos los resquicios de nuestras almas y la playa se hacía parte de nuestra esencia.

jueves, 9 de agosto de 2012

La sombrilla


El verano en la playa de Las Teresitas es de lo más entretenido: la playa tiene la longitud perfecta para pasear y la barra controla la fuerza de las mareas. Pasamos de un mes de junio con poquísima gente a los días de calor sofocante en que es mejor quedarse en casa por las aglomeraciones, pero lo más frecuente es que en pleno verano haya mucha menos gente que en las playas del sur de Tenerife. Además las medusas no nos han visitado con tanta frecuencia como en toda la costa suroeste, desde El Médano hasta Los Gigantes. De todos modos, cuando lo hacen se agradecería que las autoridades nos avisaran a los usuarios con carteles bien visibles, como hacen en otras playas, y se evitarían muchas visitas al puesto de Cruz Roja.


 La playa de Las Teresitas tiene algunos días el problema del viento. Entonces se hace imposible estar tumbado en la arena por esas rachas tan molestas, que te llenan de arena y que hacen que la gente improvise todo tipo de remedios para que no salgan volando sus pertenencias, en especial la sombrilla por el peligro que supone para la gente.
 Si se dan ustedes una vuelta por la orilla y van observando cómo sujeta la gente sus sombrillas se encontrarán con ganchos en el palo central  para colgar los bolsos, bolsas llenas de arena sujetas a cuerdas cosidas al borde de la tela, piedras haciendo contrapeso y otros inventos similares.
Este mes de agosto, mientras tomábamos el sol en la playa, vimos a una pareja instalada  bajo su sombrilla en sillas plegables. Del borde de la tela de la sombrilla colgaban cuatro vientos, cuatro cuerdas de las que tres estaban sueltas, al aire, sin peso que las sujetara. La cuarta estaba tensa, pero no lográbamos ver lo que la mantenía así. De repente descubrimos el ingenioso y peligroso sistema de anclaje y no pude resistir la tentación de traerles estas fotos. 
 Cada vez que las veo me imagino la sombrilla elevándose por los aires con esa mujer, en plan Mary Poppins, colgando por la rodilla y el sombrero y la silla volando detrás de ella.




viernes, 3 de agosto de 2012

Cantar


No es fácil. Cuando algo provoca sensaciones increíbles, te ha acompañado en buenos y malos momentos, te recuerda épocas y seres queridos y te llena el alma, da pudor hablar de ello y además no sabe una por dónde empezar.

A mí me gusta cantar.

He cantado siempre, con el corazón, y si hay una ocupación a la que no me habría importado dedicar toda mi vida es esa. Y en realidad lo he hecho. Desde pequeña he cantado sola y en grupo y, si alguien me pedía que lo hiciera para otros, también lo hacía, venciendo la vergüenza enorme que me daba. De pequeña bajaba la escalera de la azotea cantando y gesticulando, imitando lo que veía en películas (Los gitanos sentados en torno a la hoguera con su voz plañidera cantan penas de amor…); le pedía a mi padre que me dejara cantar en los festivales populares de las fiestas del barrio canciones como “La lirio, la lirio tiene, tiene una pena la lirio… " (el pobre, horrorizado, nunca me dejó. En casa no había tradición de farándula).

Pedí en unos Reyes un micrófono que les costó mucho encontrar, con un cable que recorría toda la casa y que acababa en un altavoz que emitía un ruido metálico todo el tiempo (Love me tender, love me sweet, never let me go…); canté en el coro de la iglesia (Eres más pura que el sol, más hermosa que las perlas que ocultan los mares…), en el colegio (Waba buluba balam ben bun, tutti frutti, oh rutti,…), en campamentos de verano (Cuando calienta el sol aquí en la playa siento tu cuerpo vibrar cerca de mí…), en el coro del instituto (Pajarillo que cantas en la laguna, no despiertes al niño que está en la cuna…), en la catedral (Pange, lingua, gloriosi corporis misterium, sanguinisque pretiosi…), en reuniones de amigos (Sapo de la noche, sapo cancionero, que vives soñando junto a tu laguna…), en el paraninfo de la universidad (Tú piensas que eres distinto porque te dicen poeta y tienes un mundo aparte más allá de las estrellas…), en actos contra el régimen franquista (Cuando canta el gallo negro es que ya se acaba el día; si cantara el gallo rojo, otro gallo cantaría…), cuando descubrí la música sudamericana (Angélica, cuando te nombro me vuelve a la memoria…), en el coro Carpe Diem (En mi viejo San Juan cuántos sueños forjé en mis años de infancia…), en privado: en el campo y en la playa, en la calle, en el coche, en viajes, en casa, a mis hijos (Duérmete, niño, en la cuna que a tus pies tienes la luna y a tu cabecera el sol; duérmete, niño, arrorró…)

Hacía voces con mi madre en canciones regionales que ella había aprendido en la Sección Femenina (Agur jaunak, jaunak agur, agur t’erdi…), he cantado romanzas de zarzuela (Raquel, tras ese muro prisionera, mi amor de tu prisión viene a librarte…) y arias de ópera con ella mientras estábamos en casa ocupadas en otras cosas (Un bel di vedremo levarsi un fil di fumo…); todavía hoy utilizo esa vieja experiencia para que ella ejercite su memoria, porque las canciones son de las pocas cosas que no se le han olvidado.
He cantado a grito pelado en parrandas y he cantado casi musitando al oído de alguien; he cantado riendo y he cantado llorando y espero que me quede mucho por cantar.

Cada mañana me levanto tarareando canciones muy variadas, no tienen nada que ver unas con otras; me despierto con una canción incorporada y me acompaña durante toda la mañana y a veces durante todo el día.

Me gustan las rancheras (Me cansé de rogarle, me cansé de decirle que yo sin ella de pena muero…), las zambas (Ahora que estás ausente mi canto en la noche te lleva. Tu pelo tiene el aroma de la lluvia sobre la tierra…), los boleros (Regálame esta noche, retrásame la muerte…), la samba (Olha que coisa mas linda, mas cheia de graça, é ela menina que vem e que passa num doce balanço a caminho do mar), la copla (Dame limosna de amores, Dolores, dámela por cariá…), los fados (Não sei, não sabe ninguém por que canto o fado neste tom magoado de dor e de pranto…): todo.

Es que me gusta cantar.

miércoles, 1 de agosto de 2012

Paseos laguneros


Cuando cae la tarde en los veranos de La Laguna pocas cosas hay más agradables que salir a caminar en cualquier dirección desde el centro. Hay donde elegir: hacia Las Mercedes por varios caminos (La Rúa, Las Peras, El Pino), hacia San Diego, hacia Las Gavias, hacia La Verdellada por el barranco, hacia San Roque. Todos los paseos tienen su encanto. Y si además te llevas una cámara te lo puedes pasar muy bien; encontrarás cultivos  variados, curiosidades, construcciones de todo tipo, momentos de luz, detalles del camino y de la vegetación y también las basuras que vamos abandonando por todas partes.


Aquí dejo una serie de fotos de uno de esos paseos de una hora; en tan poco tiempo puedes ver desde una yunta de bueyes arando hasta un campo de lechugas en todo su esplendor o una parada de guaguas en medio de las tuneras, o la nube asomando por encima del monte gracias a los benditos alisios. La Laguna sigue siendo el lugar ideal para darnos un respiro en pleno verano. No te pierdas ese placer.