A estas alturas ya sobra decir que me gustan las
playas, el mar abierto, los muelles, las calas, pero como un charco de los de
aquí de toda la vida no hay nada. Un buen charco de rocas, con todos los tonos
de azul, verde, marrón, gris o dorado que puedas imaginar. Con el agua
llenándolo y vaciándolo poco a poco, con pequeñas cascadas interiores, con
zonas más profundas y otras más superficiales, con toda la vida interior que
puede llegar a generar: plantas, moluscos, peces, híbridos que emergen de la
roca con mil tentáculos, piedras de todos los tamaños y colores. Charcos para
remojarte o simplemente para contemplarlos igual que si miraras al fondo de
unos ojos, con mil reflejos de luz, pequeñas contracciones como de pupila,
emociones contenidas o derramadas, brillos de alegría o de furia. Charcos
mansos, charcos desbordados, recipientes de la fuerza del mar, ojos de la
marea.
lunes, 23 de septiembre de 2013
domingo, 15 de septiembre de 2013
Mirando el acuario
Allí está el pez rojo, nadie le hace sombra; va seguido del amarillo y azul y del anaranjado de la cola de abanico; el negro está quieto en un rincón, pero de repente despliega todo su ondulante colorido morado, malva y violeta y se pasea entre las algas que se balancean al ritmo de la corriente.
Yo observo sus evoluciones en el agua y poco a poco me voy sumergiendo como en una imagen plana en 3D y pierdo mi propia identidad y me confundo con ellos sin conciencia de observadora, flotando y ondeando mis múltiples aletas, abriendo y cerrando mis
opérculos y branquias, tomando y soltando el aire en esa danza sin fin.
viernes, 13 de septiembre de 2013
Villa Dolorita
Ocho días de junio entre Villa Dolorita y El Cotillo limpian el alma. La arena blanca de conchas marinas y el viento dan un buen barrido a todas las preocupaciones y puedes entender cómo lo hacen si miras el jable en Corralejo cruzando de lado a lado la carretera, recuperando su terreno.
El agua turquesa fría y reparadora de La Concha o Los Lagos completa las labores de limpieza. Y para abrillantar, el compás de los días ajustado al ritmo humano: la fruta y el café, el pan, la loza antigua, las cosas de la playa ("No te olvides el sombrero"), los baños y el sol, los paseos por la orilla y, casi siempre, la vuelta a casa a comer algo sencillo. Por lo menos una vez hay que ir en peregrinación a la Punta de Jandía en busca de un caldo de pescado.
La ducha mejor en el baño viejo, con el suelo de cemento como plato. Siesta para dos en las horas de más calor en el fresco refugio de los gruesos muros de la casa, lectura, ordenador, tender la ropa y ordenarla luego dentro de las enormes cajas de cedro, y al atardecer un largo paseo por los senderos dorados de la isla, subiendo las suaves montañetas hasta los molinos, bajando por los caminos.
Después la puesta de sol lo pinta todo de rojo y se desliza lentamente la noche hasta la casa. “Cierra las puertas para que no entren lagartos, deja solo los ventanillos o pon los mosquiteros en las ventanas". Y sacas la basura, sin dejar nada en los entresijos del espíritu. Solo paz.
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