Obligados a ahorrar agua en las islas, uno de
nuestros mayores placeres cuando empezamos a viajar a la Península o al
extranjero era ver correr sin control ni recogida el agua dulce de los ríos y,
en Asturias, incluso la sidra, que saltaba de las barricas y toneles en las
sidrerías y corría como un riachuelo por la calle Gascona en Oviedo.
Algo parecido nos pasó con todo lo demás. Y estos días de desastre económico nos traen de vuelta a la mente otros tiempos muy recientes de bonanza y derroche en los que se impuso la obsolescencia programada en nuestras vidas.
Algo parecido nos pasó con todo lo demás. Y estos días de desastre económico nos traen de vuelta a la mente otros tiempos muy recientes de bonanza y derroche en los que se impuso la obsolescencia programada en nuestras vidas.
Acostumbrados a la verguilla y el alambre para
reparar lo irreparable, de repente, sin fórmula de transición, cuando llevábamos un
electrodoméstico averiado al servicio técnico, se nos ponían los ojos como platos al ver que
nos daban otro nuevo y tiraban el estropeado: mirábamos asombrados cómo se
desechaban aspiradoras, tostadoras y hasta televisores con pocos años de uso en
pro de la dichosa obsolescencia programada, cuando en nuestras casas la primera nevera
había durado lustros aunque al final llevara adosado a la parte inferior un
trapo, o incluso un pequeño recipiente, para las pérdidas de agua.
Criadas en la época en que se lavaban a mano los pañales
y los paños higiénicos, que se ponían a blanquear al sol en largas hileras en
las azoteas, de pronto empezamos a comprar enormes paquetes de pañales y compresas desechables -o de tirar, como
decíamos entonces- que generaban kilos y kilos de basura pero que nos liberaban
de unas tareas muy desagradables.
Después de toda una infancia de ir a la compra o
a los recados con una bolsa en la mano, comenzamos a desbordar armarios de
cocina con bolsas de plástico de todos los colores y tamaños. Ahora todos
volvemos a llevar nuestra bolsa para las compras.
Muchos más zapatos de los que
podremos usar en toda nuestra vida se amontonan hoy en armarios que antes
guardaban dos o tres pares. Con la ropa que hemos acumulado en estos años de
bonanza en nuestros roperos podríamos
vestir a aldeas enteras. Tenemos una cantidad indecente de pendientes para colgar de nuestro único par de orejas,
anillos para adornar muchas manos y tantas y tantas pequeñas o grandes cosas
que ocupan nuestro espacio doméstico.
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