domingo, 21 de octubre de 2012

Chirche: el mirador de tres islas


Chirche es un precioso caserío del oeste de Tenerife situado a unos tres kilómetros del casco urbano de Guía de Isora, pasado el Barrio de Aripe, famoso por los grabados rupestres encontrados en sus yacimientos aborígenes y por los restos conservados en el Museo de la Naturaleza y el Hombre de Santa Cruz de Tenerife.

Los nombres de Chirche y Aripe están relacionados con nombres guanches que aluden a las características del terreno y a las erupciones volcánicas: bulto o quiste y tierra quemada, respectivamente. Esta zona fue hace siglos un asentamiento guanche dedicado al pastoreo y la ganadería. En el siglo XIX experimentó cierto auge por el cultivo de tuneras para la extracción de la cochinilla y hoy sorprende ver el mimo con que lo cuidan los vecinos que conservan allí alguna vivienda. Sus calles estrechas y empinadas y sus casas de estructura tradicional forman un conjunto con un encanto especial.


En el caserío de Chirche, situado junto al barranco de Guía, cerca ya del Parque Nacional del Teide, se conservan los antiguos hornos que utilizaban para cocer las tejas de sus casas y se celebra en el mes de julio cada año el Día de las Tradiciones en que los propios vecinos, ataviados con la indumentaria de la época, recrean los oficios, las costumbres y las actividades cotidianas de sus antepasados hasta mediados del siglo pasado.

En la parte más alta del caserío hay un cuidado mirador con bar-terraza desde el que se puede disfrutar de hermosas vistas de la zona, del Teide y del océano y, en días despejados, se pueden ver las tres islas más occidentales: La Palma, La Gomera y el Hierro.

 

Galería de fotos

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jueves, 11 de octubre de 2012

Todas las mareas

Acabo de cumplir un año de jubilada, disfrutando de la vida sin horarios, sin prisas, solo las que marca la propia vida, y son muchos los lujos de verdad, no de relumbrón, que me han caído encima como una lluvia sanadora. Estoy disfrutando de las mañanas, las tardes y las noches como nunca lo había hecho, y sin fecha de caducidad, como ocurría antes en época de vacaciones; esa es la gran diferencia. Pero lo mejor de todo es que me traigo puestas todas las mareas de la mayor parte del año; todas las pleamares y las bajamares me han bañado en distintos lugares, y ahora en octubre  sigue  siendo así. Vivo siguiendo el ciclo lunar y no uso reloj. 

Otros años, aunque procuraba desconectar en verano, siempre sentía ese ruido de fondo de la preparación del curso siguiente y de la inquietud por las condiciones de trabajo. Ahora mi mesa de trabajo está muy despejada. Donde había libros de texto, materiales curriculares, fichas de alumnos y agendas, tengo una selección de novelas y junto a la tumbona que puse en la azotea tengo un kit de cuidado personal: cremas, pinzas, lima, espejito de diez aumentos (lo llamo “la verdad de la vida”): todo lo que utilizaba en estos años a la carrera en momentos puntuales.

Estoy despejando mi casa de cosas que no pienso volver a utilizar y la vida y la mente se me están ampliando. Siento como si se hubiera desplegado un enorme abanico ante mis ojos: hay mil posibilidades para elegir. Tengo tiempo para contactar con personas de las que no había vuelto a tener noticias durante años y para pasear y contemplar con calma lo que me rodea y también para tomar distancia dándome algunas escapadas fuera de la isla. Cada mañana decido lo que voy a hacer ese día o, por lo menos, cómo lo voy a empezar, para dejarme llevar luego por lo que surja.

Es la libertad, la ausencia de horarios, la vida pura y dura, que ya suele traer por sí sola bastantes obligaciones y deberes. La vida plena, como me dijo mi amigo Pepe Junco. 

Pero todo a mi aire: el tiempo es mío.