martes, 13 de septiembre de 2022

Diez años después

 Y vuelvo a aparecer por aquí diez años después, que ya es mucho, y más teniendo en cuenta todo lo que ha llovido. Hoy entré al blog para leer mi experiencia de recién jubilada, Todas las mareas, y me vi en el mismo punto pero sin mi madre, mi hermana, algunos amigos, gente querida que se ha ido en este tiempo pero que sigue estando presente de otra manera. Han ocupado el lugar mis nietas Celia y Vera, mellizas, alegría y alboroto dobles, seres luminosos que vienen llenos de sorpresas y parecidos familiares: esa risa, esos cantos, esa prudencia revividas y nuevas a la vez, llenando hasta el último resquicio del tiempo de sus padres y abuelos. Una amante del mar como yo no podía ofrecerles más que un regalo, el mismo que recibí en mi jubilación: todas las mareas. Y aquí estamos, viviendo tan cerca del mar como es posible, viéndolo a todas horas, desde todas las ventanas, oyéndo su respiración, su arrullo o su estruendo día y noche, aprendiendo a nadar, buscando tesoros entre los charcos, jugando en la playa, recogiendo jallos de las mareas, creando recuerdos y sensaciones como las mías de La playa de enfrente, continuando la vida.

sábado, 21 de diciembre de 2013

El árbol




Estuve trabajando los veinticuatro años últimos de vida laboral (ahora he pasado a mejor vida) en el mismo lugar, un edificio muy especial y lleno de encanto de la ciudad de La Laguna, en Tenerife. Su estructura conserva muchas maravillas y, aunque no sea una de las más llamativas, hay un patio, al estilo del atrium de los romanos, pero con el techo completamente abierto, muy especial para mí
.

En el lugar que debería ocupar en una casa romana el impluvium, un pequeño estanque para recoger el agua de lluvia, hay un cuadrado de tierra con un árbol, un tilo americano (tilia americana L.). Ese árbol iluminó todos mis días de trabajo y lo considero un compañero. Cada año lo vi  evolucionar desde las ramas secas del invierno al follaje espléndido que muestra en el verano y he querido reflejar aquí, como un homenaje, esa evolución.


Muchas veces, en reuniones que celebrábamos en una sala anexa, me interesaba más ver los cambios que había experimentado el árbol desde la última vez que lo que se trataba en esas sesiones largas y a veces tediosas e incluso desagradables. El árbol, a través de la ventana abierta ante la que me sentaba para verlo, era entonces un asidero que me transportaba fuera del recinto y me llevaba a un mundo vegetal relajante y esperanzador de armonía natural.



 Siempre pensé que cuando me fuera lo echaría de menos y ha sido así. Por eso paso por allí de vez en cuando a verlo seguir su ciclo, paralelo al mío.
Lo que no imaginé nunca fue que la alegría de reencontrarlo me empujera a abrazarlo, como hago cada vez que lo visito. Y no es un abrazo cualquiera, es cálido y lleno de sensaciones: correspondido.

viernes, 11 de octubre de 2013

Miradores de Chimague y Chipeque









Yendo hacia el Teide por la dorsal, la carretera de La Esperanza     (C 824), tras pasar el kilómetro veintiséis, a mil ochocientos veinte metros de altitud, un poco antes de llegar a Fuente Joco, hay una desviación a la derecha hacia estos miradores, de los más espectaculares de la isla por las vistas tan amplias que nos ofrecen.



Primero, en Chimague, nos encontramos las panorámicas del sur de la isla y, si seguimos un poco más adelante, encontraremos las vistas del norte, con toda la corona forestal, el valle de La Orotava y Puerto de la Cruz. Son vistas espectaculares, sobre todo si el día está despejado, e incluso a veces se puede contemplar el mar de nubes desde esta altura. Cuando estuvimos nosotros estaba algo nublado.



El camino de entrada a los miradores está muy deteriorado, lleno de baches y con piedras caídas; pide una urgente reparación. Pero los miradores están muy bien, tienen información en paneles y el único sonido que se oye allí es el de las ramas de los pinos con la brisa.
Un baño de calma.

miércoles, 2 de octubre de 2013

Mirador de San Roque





La Laguna es una ciudad que pide altura para poder apreciar el trazado de sus calles, la belleza de los patios interiores de sus casas, sus paseos y jardines, el campo que la rodea abrazándola. Necesita miradores, y hay varios: Jardina, La Esperanza, El Púlpito, la Mesa Mota, San Roque. Desde los tres primeros podemos tener una visión global de la ciudad y sus alrededores; el de la Mesa Mota está desde hace años cerrado al público.






 Para apreciar el casco urbano con todos sus detalles sólo tenemos el de San Roque, inaugurado en 1.999 por el alcalde Elfidio Alonso. Se puede ver desde la Vía de Ronda, pasada La Verdellada. No intenten localizarlo desde el centro de la ciudad porque queda completamente oculto por la vegetación. Sin embargo es un hermoso mirador ajardinado desde el que podríamos contemplar toda La Laguna y hasta se ve Santa Cruz.







Se llega a él subiendo desde la Plaza del Cristo o desde la Plaza del Adelantado y ocupa todo el espacio que rodea la ermita de San Roque, un entorno muy cuidado y agradable para pasar un buen rato contemplando las vistas.
  
A pesar de esto el mirador de San Roque está muy desaprovechado, fundamentalmente por dos razones:





No hay en La Laguna información que indique que este mirador existe; así que nunca veremos en San Roque grupos de vecinos ni de turistas disfrutando del lugar, como si no fuera un punto importante en las rutas de las agencias que organizan las visitas a esta ciudad, ni un punto de interés educativo. Sin embargo, la visión panorámica que se podría contemplar desde allí debería ser incluso punto de partida para visitas educativas o turísticas.


 La segunda razón es que los numerosos eucaliptos que crecen en los bordes del mirador ocultan buena parte del casco histórico de la ciudad y de algunos alrededores. Ni siquiera podemos ver el mirador desde el centro de La laguna. No sé si talar esos árboles constituiría un atentado ecológico, pero, en todo caso, podrían podarse o sustituirse por plantas autóctonas de menor porte.
 
 Estos dos problemas, el que esté apartado inexplicablemente de las rutas turísticas y educativas y la presencia de los eucaliptos que tapan las vistas, parecen de fácil solución y ello redundaría en un mejor conocimiento de nuestra ciudad por vecinos y visitantes.





















Encontré estas dos preciosas fotos antiguas de la vista de La Laguna desde San Roque:










lunes, 23 de septiembre de 2013

Los ojos del mar





A estas alturas ya sobra decir que me gustan las playas, el mar abierto, los muelles, las calas, pero como un charco de los de aquí de toda la vida no hay nada. Un buen charco de rocas, con todos los tonos de azul, verde, marrón, gris o dorado que puedas imaginar. Con el agua llenándolo y vaciándolo poco a poco, con pequeñas cascadas interiores, con zonas más profundas y otras más superficiales, con toda la vida interior que puede llegar a generar: plantas, moluscos, peces, híbridos que emergen de la roca con mil tentáculos, piedras de todos los tamaños y colores. Charcos para remojarte o simplemente para contemplarlos igual que si miraras al fondo de unos ojos, con mil reflejos de luz, pequeñas contracciones como de pupila, emociones contenidas o derramadas, brillos de alegría o de furia. Charcos mansos, charcos desbordados, recipientes de la fuerza del mar, ojos de la marea. 



domingo, 15 de septiembre de 2013

Mirando el acuario



                       



Allí está el pez rojo, nadie le hace sombra; va seguido del amarillo y azul y del anaranjado de la cola de abanico; el negro está quieto en un rincón, pero de repente despliega todo su ondulante colorido morado, malva y violeta y se pasea  entre las algas que se balancean al ritmo de la corriente.
Yo observo sus evoluciones en el agua y poco a poco me voy sumergiendo como en una imagen plana en 3D y pierdo mi propia identidad y me confundo con ellos sin conciencia de observadora, flotando y ondeando mis múltiples aletas, abriendo y cerrando mis
opérculos y branquias, tomando y soltando el aire en esa danza sin fin.



viernes, 13 de septiembre de 2013

Villa Dolorita




Ocho días de junio entre Villa Dolorita y El Cotillo limpian el alma. La arena blanca de conchas marinas y el viento dan un buen barrido a todas las preocupaciones y puedes entender cómo lo hacen si miras el jable en Corralejo cruzando de lado a lado la carretera, recuperando su terreno.
El agua turquesa fría y reparadora de La Concha o Los Lagos completa las labores de limpieza. Y para abrillantar, el compás de los días ajustado al ritmo humano: la fruta y el café, el pan, la loza antigua, las cosas de la playa ("No te olvides el sombrero"), los baños y el sol, los paseos por la orilla y, casi siempre, la vuelta a casa a comer algo sencillo. Por lo menos una vez hay que ir en peregrinación a la Punta de Jandía en busca de un caldo de pescado.



La ducha mejor en el baño viejo, con el suelo de cemento como plato. Siesta para dos en las horas de más calor en el fresco refugio de los gruesos muros de la casa, lectura, ordenador, tender la ropa y ordenarla luego dentro de las enormes cajas de cedro, y al atardecer un largo paseo por los senderos dorados de la isla, subiendo las suaves montañetas hasta los molinos, bajando por los caminos.

Después la puesta de sol lo pinta todo de rojo y se desliza lentamente la noche hasta la casa. “Cierra las puertas para que no entren lagartos, deja solo los ventanillos o pon los mosquiteros en las ventanas". Y sacas la basura, sin dejar nada en los entresijos del espíritu. Solo paz.