sábado, 21 de diciembre de 2013
El árbol
Estuve trabajando los veinticuatro años últimos de vida laboral (ahora he pasado a mejor vida) en el mismo lugar, un edificio muy especial y lleno de encanto de la ciudad de La Laguna, en Tenerife. Su estructura conserva muchas maravillas y, aunque no sea una de las más llamativas, hay un patio, al estilo del atrium de los romanos, pero con el techo completamente abierto, muy especial para mí
.
En el lugar que debería ocupar en una casa romana el impluvium, un pequeño estanque para recoger el agua de lluvia, hay un cuadrado de tierra con un árbol, un tilo americano (tilia americana L.). Ese árbol iluminó todos mis días de trabajo y lo considero un compañero. Cada año lo vi evolucionar desde las ramas secas del invierno al follaje espléndido que muestra en el verano y he querido reflejar aquí, como un homenaje, esa evolución.
Muchas veces, en reuniones que celebrábamos en una sala anexa, me interesaba más ver los cambios que había experimentado el árbol desde la última vez que lo que se trataba en esas sesiones largas y a veces tediosas e incluso desagradables. El árbol, a través de la ventana abierta ante la que me sentaba para verlo, era entonces un asidero que me transportaba fuera del recinto y me llevaba a un mundo vegetal relajante y esperanzador de armonía natural.
Siempre pensé que cuando me fuera lo echaría de menos y ha sido así. Por eso paso por allí de vez en cuando a verlo seguir su ciclo, paralelo al mío.
Lo que no imaginé nunca fue que la alegría de reencontrarlo me empujera a abrazarlo, como hago cada vez que lo visito. Y no es un abrazo cualquiera, es cálido y lleno de sensaciones: correspondido.
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Estoy convencida de que entre nosotros y los árboles, esos seres vivos tan antiguos que han visto pasar a muchas generaciones, existe un vínculo especial.
ResponderEliminarEl árbol del patio del Instituto es joven y está empezando a conocer a una generación de alumnos y profesores. Todavía nos mira con curiosidad. Pero a veces oye el rumor de las hojas de los árboles del claustro -los naranjos, el camelio...- y se sorprende de lo que han visto: años y años contemplando el pasar de los monjes y de otros profesores y alumnos que también sintieron por ellos un sentimiento de apego. Los humanos pasan pero ellos permanecen. Y contemplan.
Que ternura....me has hecho recordar algo similar de mi época de estudiante en "la palmita":.....visité el colegio después de mas de 20 años y lo primero que hice fue ir al patio de recreo para buscar mi árbol preferido.....y la nueva construcción de aulas lo habían hecho desaparecer....el sabía muchas historias, yo lo quería.....
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